lunes, 25 de febrero de 2013

Poema de Arbey Salazar Blandon    

  A Daphne       

Daphne dice: Como sabes el dolor que he sentido- tus palabras me dan fuerza, sabes que me ahogaba en mi copa y aun lo hago... pero buscaré la fuerza, eres mágico como pudiste leerme solo tú entre tanta gente que aun viéndome gritar no me ven.
gracias de verdad tú y solo tú pudiste verme en mi oscuridad.

Mirada
perversa
rostro de imponente
una mujer
que logra que lo que se propone...


los silencios
lo que no dice en las palabras
ese lado que desea dejar silenciado
sufre con el poema
en lo fisico...
sus labios
su mirada
picarona, sus senos, el 
abdomen y ese lunar al lado del ombligo
y sus piernas
que marfiles.


Daphne Poe es una buena niña, pero en las noches se disfraza de lobo feroz, y acecha a los tímidos escritores con palabras que se convierten en imágenes, ella lo disfruta, sabe que aullar en cada rincón del mundo la mantiene viva, seduce con sus palabras y cuando cae la noche se vuelve una diosa y regresa al cielo donde es recibida entre sábanas blancas, vino y vítores, pues ha mantenido, a la raza literaria, secuestrada por causa de su belleza y de sus encantos que la hacen la nueva Atenea, diosa y madre de la sabiduría.

Esa mujer se bosqueja en la pantalla por medio de las palabras, haciéndose deseada en los ojos, en la boca, en el sonido que escuchan los oídos sordos.
Sus ojos se vuelven luz en el camino inesperado, ella se dibuja en unas líneas gramaticales, sus labios se van impregnando de deseos, palabras no pronunciadas, pensamientos no gritados que bajan lentamente y se hacen vida en sus dedos. Me hace acrecentar la virilidad y me conduce, como loco, a derramar mi semilla y escribirle, impotente es no verla, no sentirla, no escribir sobre su piel como el etéreo falo que me lleva a perdiciones llamadas Daniela Tobón Agudelo.
Yo la voy soñando de manera esplendorosa por vocablos y rimas, pausas y ritmos, la sueño entre verdes praderas y hojas vírgenes, entre teclas y nubes, perdido en la profundidad de sus ojos estáticos que me miran sin mirarme y en sus labios que los míos desean tocar, mientras se vuelve frívola porque su piel no cruza el umbral de lo prohibido y su risa nunca se ha filtrado en mi olvido.

...
Si el poder se encontrase enredado en mis dedos, juraría quitarte de un grito, o un soplo, las tristezas que rompen con tu neófito corazón, es tan vasto tu dolor que alcanza mis longevas líneas: caos, pensamientos confusos y melancolías, llenan el espacio de mis poemas en los cuales vos sos la musa que, aunque cercana, te encuentras lejana; nos unen la literatura, las mohínas madrugadas y esa tristeza tuya que me ata de nuevo a la cruz.
No sufras mujer amante, que ese desconsuelo vuestro se me incrusta en el costado, me desangra, el papel enrojece, la tinta se riega, los ojos no alcanzan a contemplarte y la vida se va tras los remordimientos que dejan la ausencia de ese otro, que te abandonó, cuando las luces artificiales llamaron a la fría noche.
¿No me adviertes aquí escribiendo entre tanto suplicio que lanzo a tú malogrado amor? No ignores mis deseos, pues los he puesto a tus pies, para que las hojas en el otoño no caigan y por fin, la sonrisa sea la que se pose en tus suaves, dulces y delineados labios.


...

Tu espíritu ilumina todo, que esplendida te encuentras. Ven, camina conmigo, vayamos por la historia humana y en cada época pide un deseo.
El alma revolotea, la turbulencia causada por tu existencia ha de ser la razón para respirar, no existe la lejanía pues sos vos el inicio y el fin de cuanto existe.
Marchamos entre sonidos, no cesan las palabras, nuestros cuerpos reverdecen, escucho la altura de tus seguras pisadas.
Te vas trasfigurando en música, me llevas a los confines del mundo, allá recreas lo que en poesía describes, convocas con gestos a las tardes y las mañanas, las noches, me aferro al descanso de tus largas jornadas y me duermo en ese regazo que es tu pecho. Qué bello hecho numinoso es el que habita entre los dos.




II
Dos hadas se besan apasionadamente, son las tres de la madrugada, la oscuridad las guarda de peligros inmanentes, así que se tocan, se acarician, se muerden, se babean, se humedecen y, al final, se entregan completamente, el mundo es pequeño, cabe por la abertura diminuta de sus sexos. La mañana las envuelve en sus olores, Daniela Daphne duerme, exhausta, por el amor desbordado, mientras que Virginia, la otra hada, acaricia las alas de la primera.

III

Ella va escribiéndome en palabras color rojo
No hay romance
La oportunidad del olvido se perdió en el último girón de su vestido
Sus ropas son rojas, sus labios rojos, manos rojas,
No puedo dejarla de mirar en esta noche que cierro los ojos y aparece dibujada como nube, luna, estrellas, vientos sutiles, color rojo, amada del corazón, vida hecha poesía.

IV

Había una vez una mujer que tenía un gran poder: la palabra; lo utilizaba con mortales que fuesen capaz de perder su existencia con tal de ser poseídos por lo que aquella mujer escribía, la vida se les iba en cuanto las lecturas de los escritos de Daniela Tobón Agudelo los arropaba. Fraguaba planes literarios y mientras esos hombres se perdían en sus letras, se iban apasionando, se excitaban, sus cuerpos se les agitaban, ella aprovechaba esos instantes y les bebía la sangre, tan felizmente, que persistía en ella los deseos insaciables de seguir escribiendo para esos humanos que la idolatraban y que se sacrificaban en los textos que ella les regalaba cuando se preparaban para ser ofrendas a la nueva diosa Daphne.

V

  • Daniela en tres actos.
    Acto I.
    Daniela es Daphne, se ha camuflado en las palabras para no ser descubierta, es ociosa, pues lanza mensajes entre líneas escritas. Sí, sacude mi cabeza, la trastoca y yo pierdo el equilibrio de mi cuerpo.
    Así que le digo después de tanto desvarío mental: “Nena, eres mi condena”; ella no responde, sonríe para sí y me ignora. Sabe muy bien que olvidarme termina por ser el hundimiento de mis deseos. ¡Qué presuntuosos y perversos pueden llegar a ser sus magníficos encantos!
    Acto II.
    Daniela entra al baño, se saca las ropas y abre la perilla de la ducha, el agua moja su cuerpo, pasa las manos sobre sus senos, luego su abdomen y bajan hasta su sexo, cuando llega allí se acuerda de mí, se estremece, instintivamente toca el clítoris y, descaradamente, el placer la recorre desde allí hasta al cabello y los pies; los dedos, ahora, impregnados de esos deseos propios de su piel los lleva a la boca y los lame, los otros dedos toman, de nuevo, posesión de ese lugar que pocos hombres han alcanzado, sus dedos la hacen gemir.
    Acto III.
    -Daniela, quiero decirte algo.
    -¡Dale, dímelo!
    -Solo con verte me da una erección.
    -¿En serio?
    -Sí.
    -Uy, qué sexy.
    -¿Por qué sexy?
    -Porque me seduce tu cuerpo, tus palabras, tus manos y tu falo. ¿Me lo puedes mostrar?
    -¿Mi sexo?
    -Sí, dale, sácalo.

    -Está bien.
    Samuel saca su miembro ya duro, como martillo, ella lo contempla, lo mira, sonríe, no dice nada, de pronto lo coge con la mano derecha y lo sacude. Él se agita, ella con la izquierda se baja la blusa, desabotona por el frente el sostén y deja libres sus pechos, se agacha y pone el falo entre ellos y le hace una rusa. Estando así un par de minutos, Daniela se detiene y guarda los pechos, se sube el jean que Samuel le ha bajado momentos antes, mira al hombre quién no entiende lo que sucede, ella, de nuevo, le sonríe y le dice.
    -Ya, fue mucho.

    VI

    E imaginándome su terrible y tentador cuerpo agolpado contra el mío, ungiéndonos lentamente en la suavidad de nuestras miradas que observan con atención, erotizadas, ansiosas por poseer el sudor de la otra piel, de sus senos firmes y sus pezones pequeños, mis manos añorando juguetear en su rosa, pálida y mística vagina, permitiéndosele a los dedos entrar por la estrecha abertura tuya que conduce al paraíso. ¡Oh mujer! No juegues conmigo, hazme un mar de pasiones que muere como ola en tu abdomen. 
    Al no tenerte mis manos bajan lentamente y comienzan a galopar mi ansiosa existencia, me van maquinando, me van arrojando mas a tus brazos, a tu cuerpo, a tu indómita sensualidad, esa esencia perfecta donde las mañanas son un sinfín de festividades, mi imaginación escapa y me veo paseando por la delineada piel que te protege de la longevidad, mi lengua va dejando la marca constante sobre tus poros, mis manos se pierden en el dulcísimo sabor de tu espalda, de tu grupa.
    El baby doll atrapa tú desnudez, ella desea escapar, mostrarse al otro lado, fuera de las ropas con la simplicidad que apareció en el mundo: con la piel en todo su esplendor, la desnudez se convierte en un poema, en palabras libidinosas, en erecciones y segregaciones seminales, en espasmos y orgasmos femeninos, en gemidos, rasgaduras, salivaciones, en aferrarse a la vida a través del otro cuerpo que se ansía pero que no se toca porque las distancias nos van haciendo efímeros.


    VII

    Deja tu ventana abierta esta noche
    Deja tu ventana abierta esta noche, entraré como Zeus cuando iba en busca de sus amantes fortuitas a poseerles el alma y donarles la plenitud de sus eternos cuerpos.
    Deja tu ventana abierta esta noche, entraré en medio de la brisa del aire, me esconderé en tus cabellos sueltos y adormilados y jugaré a poseerte, tratando de entrar por esa cabeza tuya que posee tus más íntimos y locos pensamientos
    ¿Pensaras en mí?
    Deja tu ventana abierta esta noche, para que yo pueda entrar cuan ladrón el cual roba de tus labios, de tu nariz el último el último suspiro que irremediablemente será mío.
    Deja tu ventana abierta esta noche, estaré esperando el momento justo de meterme a tu cama y soñar contigo. En tus sueños donde soy quizás el centro o quizás la nada, pues por el solo hecho de dejar tú ventana abierta estarás permitiendo que posea todo lo que las gentes no advierten porque tú lo sueñas.
    Por ello, deja tu ventana abierta esta noche.

    VIII

    Solo quiero no pensar, hay situaciones que se hacen más palmarias cuando la mente se ha perdido es la blancura dibujada en la lejanía, por ello, si pudiese darte los besos que le doy al viento solo cuando pienso en ti, y aún, sin pensar, vagabundeando en tu piel, en tu boca que nunca he tocado, en, esos, tus oídos los cuales no les susurro poemas de Cavafis, ni de Borges, ni mucho menos escritos, tristemente, para vos, por mí.
    Ven, acércate, puedes tocarme, la tarde nos hace padecer, tengo sed de ti, sos agua cristalina que nace en las cimas de las montañas, no quiero imaginarte en praderas, no quiero pensarte, mi anhelo es beberte y beberte, sentir como refrescas mi espíritu, la saliva convertida en medicina renovadora, adiós y olvido no existen en mi diccionario imprevisto de ausencias. 
    Pero te advierto: si vienes a mí, como lo haces cuando la imaginación juguetea con vos y conmigo, no habrá marcha atrás, te quedarás aferrada a mis brazos, a mis resquebrajados labios, ya no podrás despedirte del ayer, porque el hoy habrá de arroparte con poemas, besos, palabras, nuevos soles, lunas siempre llenas, tardes de calor y frío, amor incontenible; esto es lo que siempre soñaste, ¿Es tan difícil no pensar y solo soñar mujer, proveniente del seno entrañable de Dios?
    IX
    Lo digo porque caminando esa noche por las tristes calles de la ciudad, pensando en librescos antiguos, donde el conocimiento se oculta y solo se devela cuando el hombre los abre y los lee como un enigma imprudente para los que aun tratan de encontrar verdades en medio de tantas mentiras, recordé esa única vez en la que te vi y fue como si los cielos se abrieran y empezase a escuchar música celestial para los oídos, a saber, tu voz, así que jugué a soñarte despierto, mientras cruzaba tan agreste selva de cemento, vos protegiste mis pasos porque estando en el estado tan numinoso en el que me encontraba era imposible comprender la realidad y diferenciarla de la fantasía en la que cada día habito, entonces me llevaste entre tus brazos y la vida se hizo más frágil, mas etérea, más llevadera; me descolgué por los inhóspitos rincones de la ciudad –llevado en tus brazos- mientras jugaba a besar tus labios y acariciar la profundidad de tus cabellos, escribiendo un poema en tu mirada y volviéndote un culto perenne a Dios por tan magnánima creación. De repente, me encontré al frente de mi casa, abrí la puerta, la cerré, subí las escalas y entré a mi habitación, prendí el PC, esperé que cargase y ahí fue donde te escribí ¿Sos vos acaso un ángel? Luego me dirigí a la cama y en ese momento experimenté como vos siendo ángel me arropabas mientras yo te decía: “Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día…”

    X

    Recorre mi sangre.
    Recorre mi sangre caliente todo el cuerpo cuando apareces de la nada, mis ansias de vos se aceleran y dejo ser yo para convertirme en tu esclavo, soy un cumulo de deseos, segregaciones de mi feroz verga, ganas de meterme por tu sexo y navegar en medio de tus piernas mientras que mis movimientos -arriba y abajo- son un caballo desbocado adentro tuyo, mujer del centro de nuestro país lejano.
    Entonces por ti: una, dos, tres veces me masturbo, pienso en tu frágil y sedoso cuerpo, en la suavidad de tu piel y sueño deslizándome lentamente por tu abdomen, lugar donde se esconden las múltiples pasiones, las quimeras enredadas entre músculos y la lengua apenas tocando con el ápice la piel, las manos jugueteando como remolinos en tus senos, mis labios castigando con saliva y pasión aquel intersticio que lo escondes en la cárcel tortuosa llamada ropa.


    Hincaré mis colmillos en tu cuello nena, no gimas, no cortes tu respiración, déjame esclavizarte mientras te recorro arriba y abajo con mis labios, desnudándote con las miradas, apenas tocando la piel.
    No desesperes mi amor, así son las cosas, solo necesitamos un poco de imaginación para vivir lo que en la realidad se nos prohíbe.

    XI
    Puedo decir que me elevas, que estos son juegos de seducción mujer; mis ojos fantaseando en las tardes dibujadas con tu magnánima piel.
    Que me recreo al sentir tu mirada puesta en mi pequeña verga, la cual se agranda por vos. Milagro de la vida eres, palabra no escrita; el nombre: Daphne, hecho poesía.
    No te vuelvas indiferente, sabes bien, como el aire que es testigo de este deseo, que te bebo en los recuerdos y las palabras, te imagino desnuda tocándote con tus prodigiosas manos, creadoras de odas, los pechos, bastiones moriscos, y también el abdomen donde se ha formado la eternidad de ese instante en el que me masturbo por tus seductoras faltas, oh, dulce poetiza de la isla de Lesbos.
    Sigo recorriéndote: veo como tus manos entran, lentamente, por el santo Edén; tus dedos posan adentro del lugar que Adán tanto deseó, Eva aprovechó y con el que me castigas cuando en la pantalla se dibuja un “hola” escrito por ti.

    Déjame tocarte con los dedos encendidos del fuego divino; déjame recorrerte la piel, lánguidamente, iniciando por tus pies, descubriendo tus pasos, lamiendo aquellos órganos con los que construyes caminos.
    Déjame vagabundear por los muslos de tus piernas, buscar los intersticios que no han sido tocados, prenderlos con mi llama, herencia celestial.
    Déjame enredarme en tus caderas, rosarlas con mi falo, portador de los males de Pandora, mientras que una de mis manos alcanza tu virgo, los dedos lo profanan, usurpan tu Atenas, mi otra mano jugando a poseer las dos torres de Isengard; es tu cuerpo lugar de aventuras, diosa de la poesía.
    Entonces mi boca busca la tuya, las lenguas se humedecen, te toco completa; coges mi sexo y lo pones a la entrada del Sancta Sanctorum, nos poseemos en espasmódicos movimientos, luchamos cegados por los sudores, formas y deseos; al llegar juntos a la Jerusalén eterna sacas mi infierno de tu paraíso y permites que riegue con mi semilla tus campos rodeados por el monte de la buena Venus.
    XII

    Me excitas, me erotizas, me haces no pensar, me llenas de pasión y me desvistes en el alba cuando mi falo habla por mí y se hace duro cuan torre de marfil.
    Demasiado dura para ser mía, la cojo entre mis manos pero ella clama por ti, se pierde en un sin fin de deseos y se ensangrienta por no sentir el rose de tu piel.
    Es mi falo quien desea meterse en medio de tus piernas, tocar la profundidad de esos labios jamás explorados, una selva, el jardín del Edén, donde él por fin podrá beber el elixir de la eterna juventud que fue guardado en tu dulcísima vagina cuando Dios te creo.
    Mi falo hace las veces de Dios escandinavo o griego, como lo quieras ver, se mete por la boca del paraíso que es también el infierno –tu sexo- y se desborda de emoción cuando el cielo se le abre y se abalanza lentamente a la eternidad mientras yo me pierdo mordiendo esos senos y acariciando el abdomen donde me ofrecen la redención.

    XIII



    • No ultrajes mis ojos con esos senos donde emanan los alimentos de la tierra.
      Ni arrebates mi tranquilidad, quitándome los coherentes pensamientos, pretensiones de la palabra escrita.
      Te prohíbo quemarme la piel, no te aproveches de la debilidad de mis labios, el temblor de ellos te tienen como víctima y culpable.
      ¿Por qué ha de hervirme el alma? Mi cuerpo tiene sed. La boca me es llena de saliva, en esos montes se encuentra la subida a la sabana.
      Acércate, es tiempo del amor, hora de recogernos, recorrernos, basta de miradas, encontrémonos fuera de las cómplices oraciones; soy fuente, calmaré el sinsabor que hay en tus labios; beberé del vino guardado en tus inmensas bodegas, me embriagaré y será en tus pechos el lugar donde reposaré la resaca que, con solo pronunciar tu nombre me da.

      XIV

      Por ella he cruzado la línea de la imaginación; la he tomado entre mis manos y con la lengua, rozado su esfumada piel, es cierto, la hice mía.
      No necesito verla, ya lo sé, la verdad no es lo que acontece, es lo que deseamos.
      Habito en lugares inexplorados por seres tan comunes que van de aquí para allá. Ellos, al igual que yo, la pretendemos, quizá alguno logre alcanzarla, quizá le bese los labios, el cuello y luego entre a su paraíso y conviva en medio de fieras; yo, en cambio, le he besado el alma, se la he bebido sin que ella, ni ellos se enteren.
      Entonces ¿Quién te ha vivido más, mujer, sino yo?


      XV

      Solo quiero no pensar, hay situaciones que se hacen más palmarias cuando la mente se ha perdido es la blancura dibujada en la lejanía, por ello, si pudiese darte los besos que le doy al viento solo cuando pienso en ti, y aún, sin pensar, vagabundeando en tu piel, en tu boca que nunca he tocado, en, esos, tus oídos los cuales no les susurro poemas de Cavafis, ni de Borges, ni mucho menos escritos, tristemente, para vos, por mí.
      Ven, acércate, puedes tocarme, la tarde nos hace padecer, tengo sed de ti, sos agua cristalina que nace en las cimas de las montañas, no quiero imaginarte en praderas, no quiero pensarte, mi anhelo es beberte y beberte, sentir como refrescas mi espíritu, la saliva convertida en medicina renovadora, adiós y olvido no existen en mi diccionario imprevisto de ausencias. 
      Pero te advierto: si vienes a mí, como lo haces cuando la imaginación juguetea con vos y conmigo, no habrá marcha atrás, te quedarás aferrada a mis brazos, a mis resquebrajados labios, ya no podrás despedirte del ayer, porque el hoy habrá de arroparte con poemas, besos, palabras, nuevos soles, lunas siempre llenas, tardes de calor y frío, amor incontenible; esto es lo que siempre soñaste, ¿Es tan difícil no pensar y solo soñar mujer, proveniente del seno entrañable de Dios?


      XVII

      Café, cigarrillo y bragas negras, ella se encuentra acostada en el sofá, yo la observo, me llevo la copa de vino a la boca, lamo el borde, mientras miro aquellas piernas, esos senos libres, acompasados, me muerdo los labios, ella solo fuma, toma café y se organiza las bragas, yo siento como el mundo me revienta la 
      entrepierna; la fumo, la bebo: en el café, en mi vino, observo sus bragas y deseo, ardientemente, perderme dentro de ellas, para llegar al paraíso, lugar de mi redención.






    No hay comentarios:

    Publicar un comentario